Preamplificadores:
Master Reference Active MK IV
NUEVO
/ Phono Valve Pre
//
B&H B-3 Pure Tube “Real” Preamp Amplificador: VAL 1 A / Amp Pure class A Reference / Amplificador VAL 1 Cinema / HYB 440 Reference NEW / NUEVO Amplificador a válvulas Mono "Art Nouveau" Reproductor de CD: SACD The SUMMUM Bandeja Giradiscos: Bandeja Brel&Hoven WP .- Cápsulas Goldring - Preamplificadores - Brazos MOTH Tone Arms |
Sobre los amplificadores a válvulas Brel&Hoven
Artículo
Revista "Clásica" (la más importante sobre
música y artes audiovisuales)
La emoción contra el neón
Por CLAUDIO URIARTE (Página 12, Revista clásica y
Noticias)
El autor de estas líneas confiesa haber estado muy tentado de iniciarlas con una
afirmación taxativa y fatal, como que “la polémica sobre si la amplificación
valvular es mejor o no, a la transistorizada está resuelta: es mejor” . También
confiesa que sintió casi enseguida una instintiva repugnancia por una tesitura
de este tipo, primero porque suponía un autoritarismo irrazonado ante el lector
y luego porque el veredicto de este “jurado de uno”, dista de ser válido en
todos los casos: hay amplificadores transistorizados que suenan espléndidos y
otros valvulares que resultan miserables. No obstante, quiso dejar constancia de
esa tentación – y de esa frase inicial- para dar testimonio del entusiasmo que
le produjo la audición reciente de un nuevo amplificador valvular, comparado con
otro transistorizado de similar calidad y precio. El resultado fue una
revelación, nada menos, que la diferencia entre el día y la noche.
Hedonistas y puritanos
A lo largo de cuatro décadas, algunos de los audiófilos más discriminativos (esa
palabra que todos detestan hoy en día, por más que la discriminación bien
entendida sea el principio de todo método del conocimiento), han sostenido bien
en alto la bandera de la superioridad del sonido de los amplificadores
valvulares sobre sus prácticos y convenientes sucesores transistorizados, que
empezaron a instalarse en los anos 60 y ahora dominan la totalidad del mercado
de masas. La polémica se mantiene muy viva, y no sólo en los papeles: una parte
importante de los electrónicos del audio de high-end es valvular, tecnología a
la que se atribuye el mérito de disolver la artificialidad y granularidad de
tanta reproducción moderna; no por nada muchos reproductores de high-end de
Compact Disc usan válvulas en sus etapas de amplificación.
VALVULAS ATERCIOPELADAS
Los argumentos de los valvularistas en favor de su old-tech son claros y se han
mantenido consistentes a través del tiempo: el carácter aterciopelado y eufónico
del sonido, la integración holística pero diferenciada de los distintos
instrumentos de una orquesta en un ambiente único, junto a un impacto sonoro,
una amplitud de banda, una imagen y profundidad estéreo y un rango dinámico
subjetivamente mucho mayores a lo que las especificaciones nominales de los
equipos podrían sugerir. Contra los transistorizados, las ventajas de los
valvulares se traducirían – de acuerdo con esos audiófilos – en una sensación de
potencia pero no de agresión, de discriminación instrumental pero no de
instrumentos individuales artificial y solitariamente enfocados y destacados
-como si hubieran sido grabados dentro de diferentes campanas acústicas- sino
sonando en claro juego y relación con otros instrumentos dentro de una acústica
común, realista y creíble. Quienes andamos por los 40 años no podemos evitar
aquí una especie de dejá-vu al revés, ya que éstos argumentos (enunciados
primero en los 60) son muy parecidos a los que muchos de nosotros dirigirnos en
favor del sonido de los LP y contra el de los Compact Discs cuando éstos fueron
lanzados, en los años 80. Monótonamente, las respuestas también fueron
parecidas. Los defensores de los equipos transistorizados -como los
fundamentalistas del sonido digital, al menos en su actual formato de 16 bits y
44 kilohertz- apuntaron primero a las mejores marcas obtenidas por sus favoritos
en las mediciones de laboratorio, esas carreras de caballos libradas en el
hipódromo del osciloscopio: la distorsión armónica de un transistorizado – por
ejemplo, y para citar el parámetro más consultado – generalmente anda por e10,1,
el 0,01 o e1 0,001 por ciento, mientras la de un valvular puede llegar a un 3 o
un 5 por ciento; las válvulas pueden ser susceptibles al efecto de
retroalimentación acústica conocido como “microfonismo” , por el cual captan la
vibración causada por la misma música que está siendo reproducida y la envían de
vuelta a los parlantes como si fuera una señal musical genuina, causando una
especie de empastamiento acústico; y los equipos (salvo que se manejen
dimensiones y costos señoriales, bordeando la excentricidad) suelen ser de baja
potencia, requiriendo o bien parlantes extremadamente eficientes (que tienden a
ser imprecisos) o música extremadamente tranquila. A estas descalificaciones
técnicas, los paladines de la modernidad a transistores agregaban algunas de
orden práctico: las válvulas, que son caras, se queman cada tanto – a veces
impredecible e inexplicable- mente – y son difíciles de cambiar – requiriendo a
menudo la ayuda de personal especializado – ; el equipo debe ser precalentado
por bastante tiempo antes de lograr su estado óptimo; las válvulas generan
calor, y pueden causar quemaduras graves si alguien las toca distraídamente, y
los altísimos voltajes manejados por los amplificadores valvulares vuelven a sus
usuarios – o a los hijos de sus usuarios – vulnerables al riesgo de
electrocución accidental. Una argumentación así, que empieza con frontales
asertos de autoridad y termina con solapadas amenazas de muerte, sólo podía
tener un corolario lógico: que los defensores de los amplificadores valvulares
eran amantes un tanto irracionales de la distorsión y negacionistas del sonido
de la música en vivo; que la presunta “eufonía” y tangibilidad ambiental del
sonido de sus equipos era en realidad un efecto espurio generado por el empaste
del microfonismo; que la falta de estridencia en la reproducción obedecía en
realidad a las limitaciones de la respuesta de frecuencia de los amplificadores
– que rara vez llegaban más arriba de los 15.000 hertz –, y así sucesivamente.
Los valvularistas, en este encuadramiento de la controversia, quedaban como unos
hedonistas decadentes entregados a cualquier corrupción para la satisfacción de
su placer, mientras los transistoristas eran unos puritanos estrictos que les
contestaban: “La Virtud (o la Verdad, o la Alta Fidelidad, en este caso) es
ésta. Si no les gusta, están con el Pecado (o con el Error, o la distorsión, en
este caso). Cualquiera que cruce hacia arriba el umbral del 0,00001 por ciento
de distorsión puede perder toda esperanza”. (Y también hubieran podido agregar:
“El trabajo libera”. O “las órdenes de compra de Japan Inc. hacen la ley” ).
Naturalmente, el mercado de masas cedió rápidamente ante el nuevo diseño,
seducido por la fórmula de potencias más altas, equipos más prácticos,
confiables y durables y precios más bajos. Sin embargo, una atracción igualmente
importante fue la construcción ideológica que realizaron las agencias
publicitarias de la industria de lo transistorizado como ola del futuro, de lo
nuevo como sinónimo de bueno – lo que se repetiría luego con el Compact Disc, y
entre ambos con la bandeja giradiscos de tracción directa –. El efecto era
comprensible. ¿Quién, después de todo, no querría en algún punto evitar el
envejecimiento y la muerte? La venta publicitaria del futuro – “ Tenga hoy en su
casa el equipo del año 3000”, por ejemplo – corteja principalmente esta
debilidad. Tener el presunto futuro es como hacerle trampa a la propia
extinción. Como en el caso de los CD -aunque en una escala mayor – el triunfo
general de los transistores no significó la completa extinción de la tecnología
anterior, sino su atrincheramiento en un nicho de mercado selecto y por lo tanto
caro, pero que sin embargo se mantiene lozano: hace mucho que no es raro
encontrar un amplificador valvular de high-end de una empresa artesanal de
primera que se vende por miles o decenas de miles de dólares aunque sus
especificaciones técnicas caigan muy por debajo del modelo promedio del mercado
de
masas (o aunque sus fabricantes directamente lo lancen al mercado sin ninguna
cartilla de especificaciones técnicas). “Snobismo”, dirán los transistoristas,
encogiéndose de hombros. Tal vez sea cierto en algunos casos, pero el hecho es
que los usuales parámetros de medición han venido a resultar nada: todas las
compacteras -desde un Discman hasta un modelo de 10.000 dólares – miden igual,
prácticamente perfectas, pero nadie dirá que suenan igual. Algo crucial no está
siendo medido, y en ese algo -hasta ahora detectable solamente de manera
subjetiva- encuentra su nicho el high – end.
El duelo
La verdad es que este crítico no había prestado demasiada atención a la polémica
entre valvulares y transistorizados, por lo menos hasta ahora. Y aunque tendía a
simpatizar instintivamente con los subjetivistas de los valvulares contra los
positivistas del osciloscopio, también era proclive a descartar la amplificación
valvular en función de su general baja potencia, de sus altos precios, y de sus
complicaciones prácticas. Además, el mundo de “ lo valvular” parecía un
perímetro demasiado ancho y ajeno para ser catalogado y medido con alguna
pretensión de precisión, incluyendo desde lo serio hasta lo payaso, pasando por
distintas gradaciones de la excentricidad y la psicosis. Naturalmente, había
escuchado amplificadores valvulares de alto rango, pero en circunstancias tan
excepcionales y configurados en equipos tan exóticos como para volver la
experiencia irrelevante para lo que podría llamarse “el audio de la vida real”.
Mi visión (o audición) de las cosas empezó a cambiar en Holimar, donde la
interposición de un preamplificador a válvulas en un equipo de alto rango logró
el prodigio de transformar lo excepcional en sublime. La experiencia, que en
realidad ocurrió en el contexto de una nota que no tenía nada que ver con la
amplificación valvular, me dejó no obstante lo suficientemente intrigado como
para emprender la búsqueda de un amplificador valvular razonable en potencia
y en practicidad de uso- para compararlo lado a lado con un equivalente transistorizado de alta gama. Después de mucho trajinar, encontré la bestia
necesaria en el amplificador de potencia Brel R Hoven 250, que entrega 130 Watts
por canal, y que apareado a un amplificador pasivo de la misma marca se vende
por $3.500. El competidor transistorizado elegido para comparar fue una
combinación Mclntosh: el amplificador de poten- cia MC122 (de 120 Watts por
canal) y el pre C15. El precio: $4.000. La fuente fue menos exaltada: la
compactera británica NAD 522, que se vende por $500. Los cables fueron de
SonicLink, a 120 pesos el medio metro. Y los parlantes fueron los Tango T0-03,
que a $2500 el par representan una versión más económica de los que emplea el
Teatro Colón, conservando al mismo tiempo su excepcional distribución de agudos
-lo que es clave para la reproducción de la imagen estéreo y del posicionamiento
instrumental-. Y aquí vuelve la tentación de pronunciar el veredicto del
comienzo, o bien (lo que es lo mismo) de dejar de escribir esta nota. Ya desde
las primeras pruebas, las diferencias sonoras a favor del BrelHoven eran tan
grandes y tan obvias como para volver fútil toda experimentación ulterior. Muy
raras veces ha encontrado este oyente un caso semejante, donde la superioridad
de un diseño en una misma banda de precios y en un grado similar de diseño
técnico resulta indiscutible en la primera audición, casi después de la simple
reproducción en diapasón de la nota la. McIntosh es una marca conocida tanto por
la confiabilidad y longevidad de sus diseños como por su tendencia a un sonido
cálido y natural; sin embargo, precisamente en este último rubro perdió
decisivamente ante el Brel&Hoven. Naturalidad, profundidad de campo sonoro,
fidelidad en la reproducción de la interacción instrumental, podrían ser algunas
de las irrefutables ventajas en que podría destacarse la superioridad de este
diseño valvular -que, dicho sea de paso, no lo es del todo, sino que constituye
un híbrido entre seis válvulas y dos transistores por canal –. Sin embargo, su
verdadera grandeza radica en una cualidad técnicamente imposible de medir: su
capacidad de transmitir la emoción del acontecimiento musical. Con El arcángel
Miguel, de la trilogía Vitrales de Iglesia de Ottorino Respighi en la
espectacular grabación de Geoffrey Simon y la Orquesta Philharmonia en Chandos,
la restitución no sólo perdió toda sugestión de alarido en los fortísimos sino
que ganó una espacialidad y humanidad notables en la interacción instrumental.
Con la Primera Sinfonía de Sibelius por Osmo Vanská y la Orquesta Sinfónica de
Lahti el sonido fue tan aterciopelado como potente, e incluso en una grabación
muy deficiente como la Sinfonía Alpina de Richard Strauss por Herbert von
Karajan y la Filarmónica de Berlín el amplificador se las arregló para de
ducir
líneas orgánicas y lógicas de lo que antes había parecido un irremediable caos.
Sintomáticamente, pasar del Brel R Hoven al McIntosh era abandonar un mundo de
musicalidad en pos de un universo de agresividad metálica y neónica, lo que es
sugerente ya que los McIntosh se distinguen por rehuir precisamente esta
tendencia. No obstante, repito que lo más importante viene por el lado de la
emoción, que quizás derive de la capacidad singular de estos equipos valvulares
de reproducir con facilidad el lado cantabile de la música, de restituirlo
acomodándose a su onda en vez de sintetizarlo por procedimientos espurios.
Ignoro la razón, aunque tal vez “emoción” deba ser un nuevo parámetro a
incluirse en las especificaciones técnicas, junto a “distorsión armónica” , o
“relación señal-ruido” . Las desventajas son que las válvulas – que en este caso
valen 12 dólares en vez de 100 – efectivamente se queman cada tanto, y para
remplazarlas -lo que en este diseño no requiere de la intervención de un técnico
– el usuario debe desconectar el aparato del tomacorriente por al menos media
hora, ya que el BrelHoven opera con 400 voltios. Sin embargo, y a mi entender,
es poco que pagar por este resultado
NOTA: Precios en dolares (o su equivalente en pesos).
Tel: 4943-7251/ Fax: 4943-0007
Dirección: Rincón 474, (1081) Capital. Bs. As. ARGENTINA
Martes a Viernes de 17 a 20 hs, Sábado de 11 a 13 hs.
Información general: mailme@wp-hometheater.com